El silencio tras el intento

Sentado en mi escritorio anoche—una vez más—tras otro «solo un intento más». La pantalla brillaba con el mismo tono naranja que la luz del carnaval, pero no hubo tambores. No hubo fuegos artificiales. Solo un número parpadeando en la oscuridad.

Trabajé en una empresa de juegos donde la «suerte» se medía con algoritmos RNG y se vendía como máscara de dopamina. Lo llamábamos «participación». Pero la participación no es alegría—es evasión disfrazada de compromiso.

El carnaval brasileño no estaba aquí. Estaba en mi cabeza: el ritmo del clic compulsivo, la promesa de recompensa disfrazada de ritual. Cada carta dibujada olía a un exhalo que no podías detener.

Observé jugadores—principalmente mujeres de 25-34 años—que hacían clic en «jugar» después de medianoche porque el silencio se sentía más seguro que el ruido. No perseguían premios. Perseguían la quietud. El sistema les decía que ganaban—pero sus cerebros sabían mejor.

«Cartas extra». «Líneas bonificación». «Niveles VIP». Estos no son funciones—son nana para mentes cansadas. Las comercializamos como libertad—but son jaulas con forro de terciopelo.

No necesitas más intentos. Necesitas pausar. Mirar lejos de la pantalla. Recordar: nunca fue sobre ganar. Fue sobre recordar cómo se sentía el silencio antes de comenzar a buscar algo real.